sábado, 19 de febrero de 2011

Ni botes de olivas ni llaves de paso.

Esta vez creo que deben de estar leyendo esto por lo menos tres personas, así que este blog lleva un crecimiento exponencial que calificaría de "de categoría", a este paso no creo que pueda salir a la calle sin que me paren las olas de fans. Y ya que nos ponemos a hablar de olas, hablemos de agua, algo que ha estado muy presente en mis dos últimos fines de semana.

Empecemos por el principio.

El fin de semana pasado, como bien saben mis dos lectores, sin comerlo ni beberlo organizamos un fin de semana de valencianía, es decir, que junto a mis muy queridos guiris y algunos amigos valencianos de pro, hicimos durante tres días cosas típicas valencianas. Así, nuestro fin de semana comenzó con unos bocatas de "blanc i negre" en la plaza del barrio de Campanar, tras hacer la cola más perfecta y ordenada que jamás un guiri vio en Valencia. Los bocatas estuvieron estupendos, las cervezas que nos regalaron también estupendas y la noche en la plaza también estuvo estupenda; y así, con toda nuestra "estupendez" a cuestas nos fuimos esa noche a casa para poder continuar al día siguiente, en una cola peor formada, con el clásico "arròs amb fesols i naps" que tuvimos el gustazo de comer en el suelo de la plaza con un solete de cine.
Ese día continuó con la exposición del ninot (algo muy valenciano aunque no demasiado interesante) y que culminó con unos estupendos buñuelos con chocolate en la mismisíma plaza del Collado.
Al día siguiente, aún ebrios de espíritu valenciano, pusimos la guinda yendo al Palmar a comer paella (también conocido como pael.la). Para muchos así podría culminar un fin de semana valenciano, pero nosotros, ávidos de captar con más intensidad el espíritu de La Barraca, ¿qué hicimos? dar una "tipical valencian vuelta" en barca por la albufera, donde un barquero muy amable nos dejo perchar. Y allí estuvimos todos perchando, unos con más arte, otros con menos (sí eso de menos lo digo por mi) pero con mucha voluntad. La cuestión es que estoy recordando todo esto ahora aquí porque hoy me he acordado de la tontería que le dije al barquero y que causó tanto regocijo entre el auditorio. Presa de mi falta de fuerza y desternillándome de la risa, le dije al barquero (en valencià) que no pretendiera que pudiera tirar de una barca con quince personas ya que era totalmente incapaz de abrir un bote de olivas; ¡imagina mover una barca!.

Pues bien, esta mañana me he acordado de esta frase que le dije al barquero un millón de veces.
Resulta que, de buena mañana, mientras me lavaba la cara ha sonado una explosión en casa, y no, no es una de mis exageraciones para manteneros al "sopesquete", y justo después de la explosión he oído una tromba de agua caer. He corrido como alma que lleva el demonio a buscar donde narices había sonado aquello, y... efectivamente era la caldera, con miedo he abierto la puerta del armario y ante mi ha surgido una cascada preciosa que, ríete tú de las de Niágara.

En fin, que cuando yo he llegado a la cocina el agua ya llegaba al pasillo (imaginad la velocidad del agua) y allí estaba yo, sola ante el peligro o más bien, sola ante la llave de paso (que no ha sido fácil de encontrar). El funcionamiento de una llave de paso es realmente sencillo, se basa simplemente en girarla y automáticamente el agua para de salir. Es decir, que en teoría es fácil y la cosa no llega a mayores si lo haces rápido. Pero, ¡por qué narices algo que tienes que cerrar básicamente en emergencia está tan tremendamente duro! Vamos que he estado delante de la llave viendo como mi casa se inundaba, y como yo no tenía la fuerza para girar una simple llave de paso. Ahí me he acordado del barquero y el bote de olivas, aunque esta vez no me reía tanto viendo el agua llegar a la puerta de la calle. Así que he decidido que mejor pedir ayuda a un vecino antes de que llegaran los bomberos, pero ya en la puerto, me ha entrado un arranque, he vuelto ante la llave, me he metido dentro del armario, sí, mi tamaño me lo permite, y la he mirado fijamente y le he dicho: un bote de olivas no abriré pero a ti te voy a cerrar yo ahora mismo. Y sí, lo he conseguido, he estado muy orgullosa de mi, aunque no me he podido entretener en celebraciones ya que había una cantidad enorme de agua por achicar.

En fin, que disfruté tanto del fin de semana anterior, que me entraron ganas de convertir mi casa en otra albufera y así seguir practicando el arte de la percha, pero creo que mi vecino de abajo no hubiera estado del todo de acuerdo en convertir mi casa en un lago, más que nada por todos los turistas que atraería la cosa, al final el gasto en luz del ascensor es un engorro.


miércoles, 26 de enero de 2011

Coincidencias santiagueras

Hola Dr. Jones, mi único lector (por ahora).
Por exigencias de mi muy querido público me lanzo a escribir mi segunda entrada del Alma de Cántaro. Y para hacerlo, ya que mi vida es tan terriblemente emocionante en estos momentos gracias a lo excitante que resulta siempre preparar una oposición, me tendré que remontar al año 2004 (si mi excelente memoria no me engaña).

(Joel, bufff, me está costando, eh?Pero allá va la historia Santiaguera que te prometí).

Pues eso, que el verano más caluroso desde hacía 40 años (no sé si cuarenta, pero es un número muy dado a las exageraciones en España, además de que como todo el mundo sabe, hay tres números que adoro, el 3, el 7 y el 40; y cómo 3 es poco y 7 no mucho..., mejor continúo). La cuestión es que ese preciso verano se nos ocurrió a mi y a otras tres personas hacer el Camino de Santiago y para más inri en agosto. Los gallegos alucinaban con las temperaturas que hacían, en los supermercados la comida se les ponía mala y se pasaban el día quejándose de la temperatura inhumana que hacía, aunque para unos valencianos eso era el verano más fresquito que habíamos tenido jamás. La cuestión es que allí estábamos 4 valencianos, con un acento que no pasaba desapercibido por esos lares y con toda nuestra buena voluntad a cuestas.

Fueron 15 días de viaje donde la verdad es que hubo un poco de todo, porque la convivencia es muy mala y porque si te vas en medio de una crisis, con tu futuro ex, a un lugar donde te duelen hasta las pestañas y donde los ronquidos nocturnos de tus compañeros no te dejan pegar ojo... la cosa puede llegar a ser una bomba de relojería.

Pero como fueron muchas las buenas, hoy empezaremos por la que más me hace reír aún hoy.
Las noches allí son muy cortas, más que nada porque nos teníamos que levantar a las 4.30 o 5.00 para iniciar la marche y que no nos cayera la solana encima. Una de esas noches la pasamos en O Cebreiro, más bien en el suelo de O Cebreiro, porque al llegar éramos tantos peregrinos que fuimos muchísimos los que acabamos en tierra. Y esto fue la base del problema. Mucha gente, mucha gente por el suelo y a las cuatro de la mañana, es decir noche cerradísima.
Al sonar el despertador me levanté muy pizpireta a iniciar la marcha (porque yo me levanto con mucho humor y mucha energía), aunque tratando de no hacer ruido y así, tratando de no hacer ruido, acabé por pisar (con mucha energía) lo que parecía la tripa de alguien que gritó como si se tratase de un gorrino el día de la matanza. Así que me traté de disculpar con esa sombra adormilada y dolorida que mandándome a freír espárragos se durmió (o no, porque yo me largué escopetada).

Y así pasaron los días, conmigo igual de pizpireta y el muchacho supongo que dolorido (hay que recordar que mis botas de montaña son de una solidez pasmosa), hasta que un buen día estando en un pueblito muy mono cerquita de un río, escuchamos Lluís y yo unas guitarras y unas voces que cantaban animadamente, y nos sentamos con ellos a cantar. Imagina mi asombro cuando de pronto un chico con unas rastras rubias tremendas (y también él tremendo), comenzó a cantar una especie de blues improvisado donde contaba su camino y donde también contaba/cantaba como un ser sin escrúpulos le había aplastado el vientre a las 4 de la mañana y como casi le rompe las costillas. Yo quería que la tierra me tragara, pero antes de que me diera si quiera tiempo de hacer mutis por el foro, mi ex ya estaba partiéndose de la risa y señalándome. El chico se lo tomó bien, le pedí perdón, ahora con luz y nos reímos todos muchísimo y nos abrazamos. Siguió su canción, aunque ahora ya sabía mi nombre. Lo pasamos muy bien y cada vez que nos encontrábamos por el camino nunca podíamos parar de reír.

Bueno, Joel Jones, creo que ya te he contado la historia del Camino y creo que este post es lo suficientemente largo, como para no tener que hacer otro en algún tiempo.

Pd: las oposiciones me quitan estilo, así que si te he aburrido, sorry y prometo mejorar después de abril.

sábado, 15 de enero de 2011

Llevada por la cojera

Debido a una caída de lo más estúpida me encuentro perdiendo el tiempo aquí, tendida en la cama, con la pierna en alto y apestando a Reflex.

Así que he descubierto esto por el facebook y llevada por la envidia de ser el único ser humano sin blog me he decidido a probar cómo funciona esto, así que voy a empezar a toquitearlo todo a ver que sale. Allá voy!